No, las relaciones íntimas no deben ser dolorosas. Y no se trata sólo de que la penetración no debería ser dolorosa, sino que no debemos permitir tener relaciones sexuales bajo el fenómeno doloroso. 

 

La fenomenología del dolor

Según la OMS, el dolor es “una experiencia sensitiva y emocional desagradable, asociada a una lesión tisular real o potencial”, y esta experiencia que puede ser puntual, con el tiempo y la repetición, se integrará profundamente en el sistema nervioso, perpetuando la proyección del peligro, la amenaza y el catastrofismo, colándose en los entresijos de nuestros tejidos y de nuestra psique. 

Muchas circunstancias pueden llevar a una mujer a sentir dolor con la penetración, del orden médico como una micosis vaginal, la endometriosis, los cambios hormonales que generan sequedad vaginal, el liquen escleroso y otras muchas entidades patológicas; o puede ser de orden funcional, no encontrándose aquí una explicación tisular al dolor resentido, como un tono sobreactivo de la musculatura perineal.

 

El sexo y el dolor 

La primera vez que la penetración resulta desagradable, puede que la mujer piense que no es tan grave o que ya pasará, y es cierto que puede ser así, pero si esto se repite en el tiempo y la actitud femenina es apretar los dientes deseando que pase lo más rápido posible, esta mujer entrará en ese agujero negro del maltrato y la pérdida completa de respeto hacia su propio ser. No voy a entrar aquí en cómo la actitud del hombre será en medida determinante para la resolución del problema, porque no me dirijo a hombres, pero nosotras, mujeres adultas y maduras, debemos tomar todo el poder que es nuestro sobre nuestro propio cuerpo, nuestro templo, y nuestro ser completo, a pesar mismo de las posibles historias pasadas en las que se hayan vivido abusos; el momento de tomar la decisión de amarse y respetarse es aquí y ahora.

 

Intimidad y placer

Recuperar el placer y la intimidad con otra persona pasa por el mismo deseo de sentir la expansión y el placer con una misma, de abrirse a despertar los sentidos, y saberse merecedoras de ese placer. Llegar hasta aquí cuando se han vivido años de dolor y desconexión, no es nada fácil, pero es un precioso camino en el que aprenderemos a reconocer nuestra vulva, verla y tocarla, a abrirnos a la experiencia de lo femenino y lo masculino en una misma, a confiar sintiéndonos en seguridad, a saber lo que nos gusta y expresarlo.

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